Comienzan a dar forma al nuevo satélite Arsat-3 que construirá INVAP
15 febrero 2022, 05:50
El satélite Arsat Segunda Generación (SG1) que diseña la empresa estatal rionegrina INVAP a pedido de ARSAT, superó el llamado «cierre de la revisión de los requerimientos del satélite» (SRR CO por las siglas del inglés satellite requirements reviews close out)
Ahora comienza una segunda etapa del diseño. Este satélite muestra un cambio crespecto de las versiones anteriores, ArSat 1 y 2: no tendrá combustible en su carga sino que funcionará con energía solar. La inversión total es de 253 millones de dólares.
Esta etapa se cumplió «durante los días 31 de enero y 1 de febrero conforme al cronograma establecido», informó la empresa Arsat, dueña de los dos satélites que llevan ese mismo nombre y que orbitan desde hace años a más de 36.000 kilómetros de la Tierra de manera geoestacionaria. Sus servicios son las comunicaciones.
«Con esta revisión se concretó un avance importante con la finalización de la consolidación de los requerimientos de la misión a nivel sistema y subsistema del satélite, que contará con propulsión eléctrica y alta capacidad de comunicaciones. Estos mismos definen la característica del satélite y la performance, para cumplir las especificaciones necesarias para dar servicios a los clientes de Arsat», informó la empresa.
«Debido a las condiciones sanitarias de público conocimiento, este hito se realizó de forma mixta, presencial en la sede de Invap y virtual por videoconferencia entre más de 100 ingenieros, especialistas, autoridades y consultores de las diferentes partes que trabajan en el proyecto», se explicó.
El Arsat-SG1 «estará destinado a brindar banda ancha satelital de alta calidad en sitios rurales con cobertura total en la Argentina y parcial en países limítrofes».
Observaciones extensas de AgendAR:
El dato de la propulsión «full electric» (a través de paneles solares) del nuevo satélite merece más que una mirada al paso.
Ante todo: de haberse no haberse ignorado en 2016 la ley satelital 27.208/15, deberíamos estar construyendo un nuevo ARSAT cada 2 años desde 2015. En ese mundo ideal donde las leyes valen más que los decretos, en 2021 habríamos empezado a construir el ARSAT 5 en lugar del 3… y habríamos hecho una transición lenta y gradual desde la propulsión 100% química de los satélites 1 y 2 a la mixta de los satélites 3 y 4.
La interrupción de la serie obligó a Argentina a saltar directamente al punto de llegada previsto para 2021, un satélite liviano con todos sus motores eléctricos. Eso implica el motor principal, o de apogeo, que lleva al satélite en sucesivos giros desde donde lo dejó el cohete satelizador, una órbita excéntrica de hipogeo, hasta una órbita perfectamente circular y muy alta, de 57.786 km. sobre un punto fijo del cinturón ecuatorial.
Como parecen fijos en un punto del cielo, y eso para que las antenas emisoras y receptoras terrestres no deban seguir su trayectoria, estos satélites se llaman geoestacionarios. Y por la importancia y duración descomunales de la maniobra de apogeo, que no siempre sale bien, en realidad son más espacionaves que satélites.
Pero la denominación «full electric» para un satélite geo implica también los otros motores, los diminutos «thrusters» de apuntamiento y mantenimiento de posición orbital.
Los ARSAT 3 y 4, en un país donde una mafia pestilencial de políticos y de empresas satelitales estadounidenses y españolas no logra que una ley nacional aprobada promulgada quede pintada en la pared, habrían sido mixtos. Esto significa que hubieran tenido un cohete químico de lo más convencional, con propelentes líquidos, como motor principal, y thrusters eléctricos más experimentales para «la motricidad fina».
La rugosa realidad, como decía Rimbaud, nos hizo saltar del ARSAT 2 al 5, y éste que va tomando contorno en la sala limpia de la constructora-diseñadora INVAP, ahora tiene el nombre de 3. Pero es el 5. Los otros, sencillamente no se construyeron. Por magia del entonces Ministro de Telecomunicaciones, Dr. Oscar Aguad, fueron sustituídos por 26 satélites extranjeros con derechos de servicio unilaterales y por ende ilegales: ellos pueden cobrarle a la Argentina, pero no viceversa.
Increíblemente, INVAP logró sobrevivir a esta cancelación: tenía metida en la construcción de los ARSAT la mitad del capital humano y monetario de la empresa. Pero logró sobrevivir con ayuda del estado. Del estado holandés, que en 2018 le otorgó por fin (y por segunda vez) el triunfo en la mayor licitación de un reactor nuclear de irradiación, el reemplazo del Pallas, en Petten. El estado argentino, tras mucho escándalo de prensa, consintió en pagarle a INVAP años de deuda por suministro de radares militares, de aeronavegación y meteorológicos.
El resultado tecnológico de esta historia política más bien lamentable es un satélite que pesa la mitad que los dos primeros ARSAT (cuya masa andaba por las 3 toneladas cada uno), sencillamente porque éste no carga con 1,7 toneladas de propelentes líquidos. Sólo usará unas decenas de kilos de algún gas noble, probablemente argón. La idea del motor eléctrico es simple: con electricidad solar de las placas fotovoltaicas, se ionizan átomos de argón y se los expele.
Con los motores eléctricos no hay llamas de combustión oxidante, ni esa aceleración poderosa y brutal de los cohetes químicos. Pero la escasa fuerza de un motor eléctrico en un medio de alto vacío, sin resistencia aerodinámica, y con una fuerza gravitatoria muy disminuída, logra cosas sensacionales, Por ejemplo, para el motor de apogeo, llevar un satélite desde 1500 km. de altura a casi 36.000 para estacionarlo ahí.
Y para los thrusters, luego de estacionado el satélite en su posición de trabajo, dejarlo fijo ahí, en un punto del cielo y bien apuntado hacia sus antenas terrestres. Y eso los thrusters lo logran haciendo mínimas correcciones toda vez que las fuerzas aleatorias de la gravedad lunar, la del sol, y la presión de las partículas del viento solar tratan de sacar al satélite de su posición y apuntamiento.
Es una larga lucha contra esas fuerzas cósmicas que debe durar al menos 15 años. Que coinciden con el período de degradación programada del satélite debido a los daños de la radiación solar en su electrónica y placas fotovoltaicas. Todas las partes del satélite deben morir a la vez, por motivos de economía. Su canto del cisne será disparar por última vez el motor de apogeo, con sus últimos suspiros de argón ionizado, para desocupar su lugar en la órbita geoestacionaria, que será llenado por algún sucesor. Con su aliento final, el satélite ascenderá hasta la llamada «órbita cementerio», unos 200 km. más arriba de la geoestacionaria.
El ARSAT 3 debe lograr todo esto con unas decenas de kilos de argón y mucha electricidad, en lugar de 1,7 toneladas de líquidos propelentes. Pero como poner un kilogramo de carga útil a 35.786 km. de altura sobre el ecuador vale fortunas, aprovecha esa economía de peso para tener equipos de comunicaciones más grandotes y potentes, y mayor ancho de banda para vender.
Si los ARSAT 1 Y 2 ganan plata (al menos U$ 30 millones/año cada uno) pese a que la mayor parte de la masa de ambos satélites es combustible, con los motores eléctricos las expectativas de ganancia se vuelven más jugosas. También las de control soberano de la información del estado.
Sí, estamos hablando de espionaje, los satélites geo no sólo transmiten partidos de fútbol y recitales de South of Eden, sino comunicaciones diplomáticas y militares. No por nada nos han querido bajar de la órbita geoestacionaria de un hondazo en más de una ocasión, y diversos y sucesivos gobiernos «USA friendly» lograron que la Argentina perdiera, por falta de ocupación, sus posiciones en ese cinturón hasta quedarse sólo con dos.
Eso de salir a la órbita geo con un satélite tan, pero tan eléctrico, ¿es a riesgo? Sin duda: mayores y más potentes placas fotovoltaicas implican más posibilidades de cortocircuitos durante los equinoccios, cuando los satélites geoestacionarios entran brevemente en eclipse respecto de la luz solar.
Al quedarse brevemente a oscuras, el frío del espacio profundo (casi 270 grados bajo cero) a veces resquebraja las vainas aislantes del cableado. Cuando el satélite sale del cono de sombra terrestre y vuelve a ser iluminado, si hay cables pelados contiguos, los chispazos resultantes pueden quemar una placa. O las dos. Y un satélite sin potencia eléctrica está funcionalmente muerto. Y si además eso le saca el mantenimiento de altura y apuntamiento, se vuelve un objeto a la deriva, peligroso para otros satélites vecinos.
Lo interesante es que, atraído por el éxito técnico de los ARSAT 1 y 2 y los excelentes resultados de INVAP como diseñador-constructor de todos los satélites de la Comisión Nacional de Actividades Espaciales, pintó otro constructor importante, Turkish Aerospace Industries (TAI), sin experiencia geoestacionaria, pero con chequera. TAI se asociará al proyecto argentino para competir por el mercado geoestacionario mundial con los aproximadamente 20 empresas que representan a 7 grandes constructores.
Desde 2014, hemos sido los últimos en sentarse a esa mesa chica, y entre 2016 y 2020 nos robaron la silla y nos sacaron la comida, pero ARSAT e INVAP son un dúo insistente. Y si pinta un socio forrado y ambicioso, bienvenido. Mantendremos ese lugar en la mesa a codazos si hace falta, sustituiremos importaciones de servicios satelitales y ganaremos seguridad, prestigio y plata.
La posición 81o Oeste permite dar servicios a las Tres Américas, desde el Norte canadiense hasta la Península Antártica. Es tan única que es difícil saber su valor. Es como esas viejas mansiones del siglo XIX que sobreviven como embajadas asomadas a la Avda. Libertador, y que son tan valiosas que no tienen precio referencial de mercado. ¿Y quién se quedaba con la posición 81o Oeste si la Argentina no la llenaba a tiempo con el ARSAT 2? El Reino Unido, que la tiene pedida ante la Unión Internacional de Telecomunicaciones. El único país del mundo con el que tenemos hipótesis de conflicto no deja de complotar un segundo por obtenerla.
¿Esto significa que la interrupción de la serie ARSAT podría lograr que esta posición quede libre para Inglaterra, en 2030, cuando el ARSAT 2 lance su último «cuac»? Puede ser que en 2030 haya tecnologías de telecomunicaciones espaciales superiores a las geoestacionarias, basadas en constelaciones inmensas satélites de órbita baja y muy baja. Pero puede que sigan siendo una tecnología muy de élite.
El apuro en descartar el esfuerzo nacional por ocupar los dos últimos sitios geoestacionarios del país arroja dudas al menos sobre los pergaminos de un ministro que llegó a Telecomunicaciones sin saber cómo se mandaba un Wattsapp, y cuyo paso posterior por Defensa quedó marcado por el hundimiento de nuestro único submarino operativo, el ARA San Juan.
De todos modos, no miren tan fijamente a la pobre reina Isabel, nacida en 1926, cuando los satélites geo no eran ni siquiera un planteo teórico. Quizás es sospechar del monarca equivocado. Los beneficiarios de que la Argentina se caiga de la órbita geoestacionaria son todos los que la explotan, 7 países más que llegaron antes. Y entre ellos, el más activo denostador de los ARSAT 1 y 2 en su prensa ha sido España. El tan progresista diario «El País» en 2014 y 2015 destilaba cianuro contra ARSAT.
Pero además ese reino ha sido el más hábil operador tras bambalinas, y con más agentes en el estado argentino para capturar todo el control posible de las telecomunicaciones sobre el Cono Sur. Tal vez estamos culpando a los Windsor de pecados de los Borbones. ¿Alguien dejó caer el nombre Hispasat?
Lectores, nuestros dos primeros humildes satélites de telecomunicaciones, deliberadamente conservadores en lo tecnológico, dos verdaderos Rastrojeros, pesados y resistentes como primer deber porque no estaba políticamente permitido que fallaran, Y esos aparatos enormes no sólo dan buen servicio y ganan plata: han despertado los odios coloniales de un país al que echamos a patadas del país para poder tener un país, y de paso también de Chile y del Perú. Hasta que un tal Carlos Menem, presidente, los trajo de regreso, o por recidiva, y como patrones de estancia. Esta pulseada por seguir con el programa geoestacionario será larga y llena de puñaladas por la espalda. Como argentinos, sepamos que existe.
TAI es un socio que se las trae. Turquía hoy esta entre los mayores fabricantes mundiales de drones militares y duales. Es un campo en el que el gobierno anterior fue letal: junto con los satélites de ARSAT, eliminó de un plumazo el proyecto SARA (Sistema Robótico Aéreo Argentino), que liderado por INVAP, en 2015 empezaba a ensayar su primer MET, o Modelo de Demostración.
La situación hoy es paradójica: el intento de eliminar a la Argentina del mercado geoestacionario la obliga a volver al mismo mucho más agresivamente, al menos en lo tecnológico. Es como si la Fábrica Argentina de Aviones (FAdeA) amaneciera mañana con un nuevo proyecto y un nuevo socio capaces de morderle un trozo del mercado de transporte a la Boeing o Airbus y Bombardier.
Pero amigos, eso no es un delirio: sucedió. En julio de 1990, la entonces llamada Fábrica Militar de Aviones presentó al mundo, en alianza con Embraer de Brasil, el CBA 123 Vector, un avión biturbohélice para 19 pasajeros. Era bellísimo, y alcanzaba casi la velocidad de un jet (596 km/h de máxima, con un techo de 11.000 metros. Pero por su aerodinámica aflechada, sus extraños motores en la cola y con hélices en posición «pusher», y aquellas alas finitas y supercríticas, volaba con menos ruido, a menor costo en combustible y con más seguridad.
CBA son las siglas de «Cooperación Brasil-Argentina», pero como le dirán con naturalidad en la Facultad de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales de Córdoba, es la abreviación de Córdoba, culeau.
En 1991 y 1992, esta máquina levantó, sobre todo por lo veloz y por su aviónica digital (una novedad enorme), centenares de pedidos de informes en las ferias aeronáuticas de Fairnbourough y Le Bourget. Costaba U$ 5 millones, 1 millón más que la competencia, toscos biturbos que le envidiaban todo: pinta, velocidad y alcance. Respecto de su segmento el CBA era, como se jactaba entonces la propaganda de los televisores Grundig, «caro pero el mejor».
Se necesitaron dos presidentes como Carlos Menem y Fernando Collor de Melo, y un Ministro como Domingo Cavallo para matar y enterrar este proyecto Mercosur, que venía desde 1986 y había costado U$ 300 millones en investigación y desarrollo. Como a Collor de Melo le dieron el raje por un presidente menos vendepatria, Embraer logró aprovechar la espectacular célula y la aviónica del CBA 123: le cambió los motores turboprop por turbofanes comunes y lo relanzó como el ERJ 145, primer peldaño de un camino que llevó a la constructora brasileña a adueñarse en las dos décadas siguientes y con sus gráciles jets, del mercado de cabotaje de la Unión Europea y de EEUU.
En cambio, aquí Menem le vendió la FMA a Lockheed Martin.
Lectores, cuando se puso en órbita el ARSAT-1, esta joven empresa pública se volvió un ícono. Si la gente a cargo del tendido de la Red Federal de Fibra Óptica paraba por combustible con una camioneta con los logotipos de la empresa, y eso sucedía en cualquier estación de servicio del país, los estacioneros dejaban los surtidores y venían a tomarse «selfies» con nuestra gente. Entre los laburantes de ARSAT, los que no nos sentíamos Maradonas nos sentíamos Messis. Pero era todo un país el que estaba haciendo goles.
El ARSAT 3 SG1, amigos lectores, es mucho más de lo que parece. Es una pulseada geopolítica. Y es un renacimiento.
Daniel E. Arias
El «cuarto limpio» de Invap en Bariloche, donde se fabrican los satélites
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