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    Batalla de Caseros. (03/02/1852)

    Historia de las FFAA Argentinas
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      osky1963 last edited by

      BATALLA DE CASEROS, TRIUNFO DE LOS INTERESES FORÁNEOS SOBRE LA CONFEDERACIÓN ARGENTINA

      El 3 de febrero de 1852, el Ejército de la Confederación Argentina, al mando de Juan Manuel de Rosas —gobernador de la provincia de Buenos Aires y Encargado de las Relaciones Exteriores de la Confederación Argentina—, fue derrotado por el Ejército Grande, integrado por fuerzas de Brasil, Uruguay, de las provincias de Entre Ríos, Corrientes y Santa Fe y con unitarios exiliados, encabezados por Justo José de Urquiza —gobernador de Entre Ríos- sublevado contra Rosas desde el 1 de mayo de 1851. Tras la batalla de Caseros, se produjo la renuncia inmediata de Rosas y su salida del país.
      El campo de batalla tuvo como marco las tierras de la estancia de la familia Caseros, en las afueras de la ciudad de Buenos Aires, ahora parte del Colegio Militar de la Nación.
      Con la derrota de Caseros y la consecuente caída del gobierno defensor de la Soberanía Nacional, la Argentina se incorporó al proceso económico mundial como mercado complementario del capitalismo inglés.

      Tras la batalla de Caseros se impuso el asesinato de numerosos soldados federales (entre ellos Martiniano Chilavert, a quien Urquiza –en persona- ordenara fusilar por la espalda. El jefe unitario se instaló en la casa de Rosas, en San Benito de Palermo, donde hizo seguir matando y manteniendo colgados de los árboles a los federales.
      Uno de los oficiales de Urquiza, el general César Díaz, ha narrado algunas escenas de los hechos que siguieron a Caseros:

      “Un bando del general en jefe había condenado a muerte al regimiento del coronel Aquino sublevado en El Espinillo; y todos los individuos de ese cuerpo que cayeron prisioneros en Monte Caseros fueron pasados por las armas. Se ejecutaban todos los días de a diez, de a veinte y más hombres juntos, sin otra formalidad que la de justificar la identidad de las personas, para lo cual se consideraba suficiente la denuncia de los mismos prisioneros. Las ejecuciones tenían lugar en los campamentos, es decir, en medio de las quintas o a las orillas de los caminos más frecuentados; y los cuerpos de las víctimas quedaban insepultos en los mismos parajes en que habían sido privados de la vida, cuando no eran colgados de algunos de los árboles de la alameda que conducía a Palermo. Las gentes del pueblo que venían al Cuartel General, atraídas por el natural deseo de conocer a su libertador se veían a cada paso obligados a cerrar los ojos para evitar la contemplación de los cadáveres desnudos y sangrientos que por todos lados se ofrecían a sus miradas; y la impresión de horror que experimentaban a la vista de tan repugnante espectáculo trocaba en tristes y melancólicas las halagüeñas ideas y esperanzas que el triunfo de las armas aliadas les había hecho nacer.
      Se acercaban cautelosamente aun las personas que les inspiraban más confianza, para indagar la causa de aquella carnicería humana, y sólo se tranquilizaban cuando por disipar sus justas inquietudes se les aseguraba que en ella no eran comprendidos sino los autores y cómplices del asesinato de Aquino y sus compañeros.
      No era ésta, sin embargo, la verdad. Morían otros que no habían pertenecido al regimiento rebelde, en la misma forma ejecutiva que aquéllos. Me acuerdo, entre otros, de dos hermanos, oficiales de la división Galán, cuyos cadáveres vi yo mismo una mañana en la calle principal de Palermo, dos o tres días después de muertos...
      … Hablaba una mañana con una persona que había venido de la ciudad a visitarme, cuando empezaron a sentirse muchas descargas sucesivas y con intervalos bastante regulares. La persona que me hablaba, sospechando sin duda la verdad del caso, me preguntó:
      -¿Qué fuego es ése?

      • Debe ser ejercicio- respondí yo sencillamente, porque a decir verdad tal me había parecido; pero otra persona, que sobrevino en ese instante y que alcanzó a oir mis últimas palabras:
        -¡Qué ejercicio ni qué broma -dijo-;¡Si es que están fusilando gente!...”
        (“Memorias inéditas del general oriental Cesar Díaz”, Capítulo VIII, publicadas por Adriano Días, Imprenta y Librería de Mayo, Alsina 189 Buenos Aires, año 1878, pags. 305/307).
        Después de “a Batalha de Monte-Caseros”, las tropas de Dom Pedro II demoraron su desfile por las calles de Buenos Aires desde el día 3 hasta el 20 de febrero para poder conmemorar así con la derrota de la Confederación lo que se llamó “el desquite de Ituzaingó” a los 25 años de la derrota imperial.
        Poco más de una semana después del hecho de armas, Luís Alves de Lima e Silva, entonces Barón de Caxias –comandante de las tropas brasileñas- remitió el 12 de febrero de 1852 el parte de batalla a su ministro de Guerra, Manuel Felizardo de Sousa e Melo:
        “…Cumpre-me comunicar a V. Exª, para que o faça chegar a S. M. o Imperador, que a citada divisão, formando parte do Exército Aliado que marchou sobre Buenos Aires, fez prodígios de valor recuperando a honra das armas brasileiras perdidas em 20 de fevereiro de 1827.
        “... Cúmpleme comunicar a V. E., para que lo haga llegar a S.M. el emperador, que la citada 1a. División, formando parte del Ejército Aliado que marchó sobre Buenos Aires, hizo prodigios de valor recuperando el honor de las armas brasileñas perdido el 20 de febrero de 1827.”
        Urquiza quiso impedir la entrada en triunfo del Brasil en Buenos Aires el 20 de febrero —tal vez ilustrado por alguien a último momento— pero sus jefes imperiales lo echaron con cajas destempladas.
        El brigadier Manuel Marques de Sousa, vizconde de Porto Alegre, jefe de una división brasileña, le respondió a Urquiza con desaire: “…A vitoria desta campanha e uma vitoria de Brasil e a Divisão Imperial entrará em Buenos Aires com todas as honras que lhe são devidas, quer V. Ex-cia. ache conveniente o não….”
        / “…La victoria de esta campaña es una victoria para Brasil y la División Imperial ingresará a Buenos Aires con todas las honras que le son debidas, lo encuentre o no conveniente V.E…” (Gustavo Barroso*, “A Guerra do Rosas. Contos e episódios da campanha do Uruguai e Argentina”-Companhia Editora Nacional, São Paulo, 1ª. Ediçao, 1929, pag. 198).
        El Brasil fue la segunda potencia, después de los ingleses, que desfiló triunfante por Buenos Aires.

      A algunos historiadores poco informados sobre Caseros, que sonríen con indulgencia al encontrar que en los libros de historia brasileños se llame vencedor de Monte Caseros al brigadier Marques de Souza, vizconde de Porto Alegre, Gustavo Barroso contestaba:
      "…nós estamos no Brasil na doce illusão de que a divisão brasileira de Manoel Marques de Souza foi quem decidio en verdade a batalha de Caseros. Mesmo, porém, que o seu papel não tivesse sido o principal, Porto Alegre fora um dos vencedores da pugna e poderia ser chamado por Jourdan vencedor, sem exagero, como o foi. Sabemos perfeitamente que, não tendo nunca um general argentino derrotado as nossas tropas nos suburbios do Rio de Janeiro e neste com ellas desfilado triunfantemente, bandeiras desfraldadas, musicas tocando, embora ao lado de revolucionarios nossos, não é nada agradavel aos nossos amabilissimos vizinhos que Porto Alegre tenha conseguido essas duas glorias...”
      /“…nosotros estamos en el Brasil en la dulce ilusión de que la División brasileña de Manuel Marques de Souza fue la que decidió en verdad la batalla de Caseros. Y aún cuando su papel no hubiera sido el principal, el Vizconde de Porto Alegre fue uno de los vencedores de la guerra y pudo ser llamado por Jourdan vencedor, sin exagerar, como lo hace. Sabemos perfectamente que no habiendo derrotado nunca un general argentino nuestras tropas en los suburbios de Río de Janeiro y desfilado en ésta triunfalmente con sus tropas a banderas desplegadas, al compás de la música, aunque fuera junto a revolucionarios nuestros, no es nada agradable para nuestros amabilísimos vecinos que el Vizconde de Porto Alegre haya conseguido esas glorias” (“A Guerra do Rosas” citado, pags. 177-178).
      No caben dudas de que Barroso, por lo menos en su última frase, tiene razón. Urquiza, según Sarmiento (13 de octubre de 1852), comprado por el Brasil, nada tenía que decir y sólo obedecía; como vimos: “…quer V. Excia. ache conveniente o não.”
      El barón de Caxias y el vizconde de Porto Alegre quisieron llevarse de Buenos Aires los trofeos de Ituzaingó que se guardaban en la catedral. Urquiza tuvo que aceptar en primer momento, pero fue el emperador Dom Pedro II quien se opuso. “El general Urquiza está dispuesto á ceder al pedido siempre que lo formule ó ratifique el gobierno de su Majestad. Este vá á llenar esa formalidad cuando mi padre (Andrés Lamas), instruido del hecho, se dirige personalmente al Emperador para rogarle que no se lleve á efecto un acto que, por si solo, vendría á desnaturalizar los elevados propósitos en que se inspiró la Alianza. En efecto, pudiera decirse que el Brasil pretendía una retribución por su contingente militar, convirtiéndose en mercenarias las armas que, en realidad, se habían movido, tan solo, a impulsos de un pensamiento de trascendencia internacional.
      Además, el general Urquiza no había meditado seguramente, sobre la significación del acto: tocar esas reliquias sería impopularizarse, justificar una sublevación del sentimiento público, herir una legítima susceptibilidad nacional; y al gobierno imperial no le convenía desprestigiar al caudillo con el cual se había vinculado y cuya misión era ya, por si misma, bastante árdua y delicada…”
      “…El hecho de hallarse esos trofeos en Buenos Aires no significaba que no fueran tales colectivos; también se hallaban en la República Argentina las banderas de la reconquista de Buenos Aires, tomadas á los ingleses, y que por Real Orden, se habían atribuido á la ciudad de Montevideo. Del mismo modo que se oponía hoy el gobierno Oriental á que se devolviesen los trofeos de Ituzaingó, -que fué, además de los precedentes recordados, un triunfo debido, en buena parte, á los orientales, como lo reconoció el propio general Alvear en carta dirigida al general Garzón-, se opondría á la entrega á Inglaterra de aquellas banderas el día en que se le ocurriese proceder en ese sentido al gobierno de Buenos Aires…”.
      (“Etapas de una gran política. El sitio-La alianza-Caseros-El Paraguay”, Pedro S. Lamas, Imprimerie Charaire, 198-100 rue Houdan, Sceaux, Hauts-de-Seine (Francia), año 1908; página 167/170).
      Ardua tarea la de Andrés Lamas, que en esa época era Ministro Plenipotenciario y Enviado Extraordinario de la R. O. del Uruguay ante el Brasil, nombrado en noviembre de 1847, quedando al frente de la Legación en Río de Janeiro hasta 1862.
      El hecho es que la posición de la R.O. del Uruguay, sostenida por Andrés Lamas, fue la que tomara el emperador y las banderas brasileñas quedaron donde estaban, -en la Catedral de Buenos Aires- y allí siguen.
      Poco le duraría a Urquiza la alegría del triunfo foráneo, para el que sirviera. Luego de hacer matar, entre otros, a Martiniano Chilavert, a Martín Santa Coloma y a todo el batallón que fuera del coronel Pedro León Aquino completo, (a los que dejó colgados por varios días de los árboles de Palermo), por imposición de los brasileños – como fuera dicho- debió atrasar el desfile de entrada triunfal hasta el 20 de febrero, para festejar así la revancha de la batalla de Ituzaingó. Urquiza acompañó el desfile, de poncho y galera con cinta punzó, montado en un caballo con la marca de Rosas y con el peor malhumor.
      En muy poco tiempo tendría las exigencias de Brasil para que cumpliera los tratados de alianza (entrega de la Banda Oriental, las misiones orientales, el reconocimiento de la independencia paraguaya y la devolución de los “gastos de guerra”). También tendría encima a los ingleses que exigían la derogación de los tratados de Rosas y, encima, a los unitarios que se sentían dueños de la revolución y empezaron a conspirar inmediatamente.
      El 11 de abril de 1870 Urquiza caía definitivamente, ejecutado por los integrantes de una partida al mando del coronel Robustiano Vera, en su residencia del Palacio San José, situado a unos 30 kms. al oeste de Concepción del Uruguay. Los ejecutores materiales fueron los integrantes de un grupo de cinco hombres al mando del cordobés coronel Simón Luengo: el oriental Nicomedes Coronel; el tuerto Álvarez, originario de Córdoba; el pardo Luna, de la Banda Orienta y el capitán José María Mosqueira, entrerriano, de Gualeguaychú.
      A mediados de octubre 1870 arribaba a Colón (Entre Ríos) Domingo Monteavaro, joven farmacéutico de Buenos Aires que había estado preso por un par de meses por ser de ideas “jordanistas”. Llevaba consigo una carta de recomendación dirigida a Ricardo Ramón López Jordán y la firmaba “Su amigo”, que al entregar a su destinatario el portador identificaría como “don José Hernández”.
      La carta, fechada el 7 de octubre de 1870. Decía entre otros conceptos: "Urquiza, era el Gobernador Tirano de Entre Ríos, pero era más que todo, el Jefe Traidor del Gran Partido Federal y su muerte, mil veces merecida, es una justicia tremenda y ejemplar del partido otras tantas veces sacrificado y vendido por él. La reacción del partido debía por lo tanto iniciarse por un acto de moral política, como era el justo castigo del Jefe Traidor". (José Hernández, autor del Martín Fierro). En “José Hernández en los entreveros Jordanistas”, Aníbal S. Vázquez, Ed. Nueva Impresora, Paraná, 1953, páginas 26/28).
      (E.F. Widmann-Buenos Aires)

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      • C
        corvacho @osky1963 last edited by

        @osky1963 En alguna oportunidad he expresado en este foro que nací y vivo en Concepción del Uruguay, y lo que cuentas aquí está mas presente que en ningún otro lado. También he dicho que si tengo que definirme, soy jordanista. Pero siempre me causaron rechazo los festejos de las batallas entre compatriotas. Fui funcionario político en una Universidad y en el Municipio de Concepción del Uruguay, y en ambas instituciones, cuando llegaba el 3 de febrero teníamos que organizar la presencia en los distintos actos, siempre pedí asistir al que se hacía recordando el Combate de San Lorenzo, también un 3 de febrero pero de 1813.

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        • P
          Pincén @osky1963 last edited by

          @osky1963
          Adhiero a lo de traidor. No se que hubiera pasado con Urquiza, pero de seguro no tendríamos al cipayo de Mitre.

          1 Reply Last reply Reply Quote 1
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