Espionaje en el sur. El intrépido piloto naval que instaló una base aérea en el Nahuel Huapi y detuvo la invasión chilena a la Patagonia en 1930
Alberto De Sautu Riestra, alférez de fragata, aviador naval, promisorio oficial de la Armada Argentina, nace el 28 de marzo de 1903 en la ciudad de Buenos Aires. Es nieto de un oficial que participó en la Batalla de Caseros y sobrino directo, por línea materna, de un Premio Nobel: el afamado médico argentino Bernardo Houssay.
Lleva en su interior una apasionada obsesión por la historia. En especial, por la desconocida y extensa Patagonia. Posee una voluptuosa biblioteca sobre ese pedazo de la patria que desveló a Juan Facundo Quiroga, Julio Argentino Roca, Juan Manuel de Rosas... y a los pioneros que exploraron sus vastos territorios.
Su agudeza intelectual le permite leer entrelíneas y, a través de las noticias, adelantarse a hechos que se presentan como insignificantes. Es así como descubre, entre las publicaciones que llegan al casino de oficiales de la Aviación Naval en Punta Indio, una publicación técnica del país trasandino. En una de sus páginas informa que el gobierno chileno ha inaugurado un correo aéreo con hidroaviones biplanos Vickers Vedette entre dos de sus puertos australes: Puerto Montt y Puerto Aisen.
De Sautu Riestra siente que hay más detrás de la noticia. Consulta al teniente de navío y aviador naval Gregorio Portillo sobre el tema. El oficial superior, que sigue con especial atención todo lo que sucede del otro lado de los Andes, le contesta: “Alférez, ¿sabe usted que en Chile están preparando ejercicios navales en la misma zona del correo aéreo? ¿Sabe que el 14 de enero de 1930, según nuestras informaciones, dos hidroaviones chilenos de la Escuadrilla de Anfibios Uno volaron sobre nuestro territorio? Baqueanos los vieron volar sobre Epuyén, Cholila y 16 de octubre además de sobrepasar varias estancias... Otros testigos los vieron volar con rumbo de retorno hacia Chile”.
Semejante revelación no lo sorprende. De Sautu Riestra entiende que los vuelos de reconocimiento pueden ser el principio de un plan de invasión a la inhóspita Patagonia argentina. Sin dudarlo, se pliega a Gregorio Portillo -futuro almirante- en su pequeña guerra fría.
Coinciden en la necesidad de generar medios para controlar y detener a los intrusos chilenos. Ambos señalan sobre un mapa una posición clave en la provincia de Rio Negro, ideal para establecer un destacamento aeronaval transitorio. El lugar elegido es el Lago Nahuel Huapi.
Y seleccionan también las primeras aeronaves que afectarán al nuevo destacamento: los biplanos Fairey III.F de manufactura británica que posee la Aviación Naval Argentina. Fundamentan su elección en que poseen un motor potente, el Panther VI de 625 hp, especial para vuelos de reconocimiento, y en que son capaces de realizar tareas de bombardeo.
Portillo no sabe con exactitud cuántas naves posee la aviación chilena. Le han informado sobre dos biplanos Fairey de un modelo anterior, más antiguos que los de la Aviación Naval Argentina. También trascendió en su momento que habían comprado otros cinco biplanos del nuevo modelo Fairey III.F, el mismo que opera la Armada Argentina. Pero tiene conocimiento de que poseen otros modelos de aviones, en número desconocido, y esto pone un manto de peligro sobre toda la operación.
El capitán de fragata Marcos Zar, fundador de la Aviación Naval Argentina, valiéndose del servicio de escucha de radiotelegrafía en Puerto Belgrano confirma la presencia de un modelo de aeronaves desconocido. Localiza además la numeración de los aviones trasandinos y agrega un último dato: “Es evidente que aviones chilenos están volando sobre nuestro territorio, desde Chile hasta Brasil o Paraguay. Su capacidad y radio de acción está probado, creo que ninguno de ellos se ha quedado en nuestro territorio o desconocemos si se reaprovisionan aquí (sospecho lo hagan), hay que aceptarlo”.
Vuelo de exploración a Nahuel Huapi
Finalmente, la operación (secreta, por supuesto) comienza con un vuelo de exploración. El teniente de fragata Evaristo Velo y De Sautu Riestra asumen la responsabilidad de “abrir” la ruta entre Punta Indio y Nahuel Huapi. Eligen un biplano entelado de escuela identificado como (E-30) de origen americano conocido como Huff Dalland Petrel equipado con motor radial Wright y hélice de madera.
Antes de partir los mecánicos preparan el frágil Petrel: el tren de aterrizaje del biplano no parece apto para operar en la pampa agreste. Despegan desde la pista de tierra en la Base Aeronaval. El bramido del motor radial se amplifica allá abajo sobre los pequeños poblados y las pequeñas lenguas de fuego que salen de los escapes le indican al piloto que todo marcha en orden. Ponen rumbo hacia el Valle del Río Negro buscando cubrir su primer tramo. Siguen la vía del Ferrocarril General Roca que los llevará hasta la Estación Fortín Uno, primera etapa a cumplir en el raid de exploración.
Es un inhóspito paraje rural, el teniente velo le hace señas a Sautu Riestra para que se haga cargo del aterrizaje. El Petrel enfrenta el viento. Abajo, en esa pampa desierta, los espera un pequeño camión tanque de la Aviación Naval y un reducido grupo de mecánicos listos a recibirlos y reabastecerlos.
Durante la aproximación final, el Petrel cruza por encima de un alambrado y una imprevista ráfaga de viento empuja al biplano contra el terreno. El Petrel golpea el suelo y se desliza marcando un surco a su paso que señala el fin del vuelo.
De Sautu Riestra y Velo emergen de sus puestos conmocionados. Poco después, desde la estación de trenes, radian un mensaje a Punta Indio; “Accidente en Fortin I, tripulantes ilesos, volvemos con el avión a bordo de un vagón de carga”.
Apenas 72 horas después del aterrizaje fallido, Velo y Sautu Riestra retoman la misión, cubren las etapas con éxito y alcanzan el destino anhelado: la Estancia El Cóndor junto al Lago Nahuel Huapi.
Allí los espera José Luis Pefaure, alumno de la Escuela de Mecánica de la Armada. Con cuatro sábanas prestadas por su madre señala el lugar donde el Petrel debe descender. Tras el aterrizaje, empujan al noble avión y lo amarran a un viejo Maitén para que el viento no lo dañe.
Los pobladores extasiados ante la aparición de la Aviación Naval se vuelcan de lleno al lugar para saludar a los aviadores navales y conocer el modesto pájaro entelado que lleva las anclas pintadas en sus alas.
De Sautu Riestra solicita ser llevado sin perder tiempo hasta la oficina del Telégrafo y comunica a la base de Punta Indio el escueto parte; “Ruta abierta para la Aviación Naval”.
“Chile planea una invasión”
De regreso en la base de hidroaviación de Puerto Belgrano, ultiman detalles para repetir el raid al lago Nahuel Huapi, esta vez con los dos Fairey III.F adaptados con pontones para poder aterrizar en la superficie del lago. Además, incluyeron soportes para colgar bombas.
El despegue se demora porque uno de los Fairey falla en la puesta en marcha. De Sautu Riestra informa el contratiempo a la superioridad. Corre contra el tiempo, siente que su obsesión por lograr que el lago sea una futura base de operaciones lista para la acción puede diluirse entre sus manos. Finalmente, llega la escueta orden desde la comandancia de la Aviación Naval: “Suspenda el vuelo, no es necesario, la cordillera está en paz”. Su desazón es total.
Al mismo tiempo, el presidente Hipólito Irigoyen recibe por vía diplomática un documento del Jefe de Estado alemán, el mariscal Hindenburg. En él solicita el envío urgente de una persona “de confianza” para hacerle una grave revelación.
Vale una aclaración: Hindenburg siente un especial aprecio por el caudillo radical que nunca declaró la guerra a su país, Alemania.
Irigoyen no pierde tiempo y envía al general Severo Toranzo, inspector general del Ejército Argentino, junto a su hijo, el teniente Carlos Severo Toranzo Montero.
Hindenburg, los recibe y revela el secreto sin tomar rodeos: “Chile planea una invasión a la Patagonia argentina. El presidente Ibáñez tiene problemas y necesita de acciones bélicas para dominar su frente interno. Dígale al presidente Irigoyen que esté atento, muy atento”.
Ambos oficiales, a su regreso de Europa, comunican la noticia al presidente Irigoyen que resuelve ir tras el futuro problema.
En la Base Aeronaval de Puerto Belgrano De Sautu Riestra prosigue con sus tareas diarias y carga consigo su obsesión reavivando el vuelo de los Fairey. El capitán de fragata Jensen, le ordenan presentarse en enero de 1930 ante el General Toranzo. Pocas palabras le bastan para comprender la gravedad y el peligro en que se encuentra la Patagonia.
Toranzo interroga a De Sautu Riestra;
-¿Que necesita usted para ejecutar el raid y montar una pequeña base de operaciones en la frontera sur?
-La orden, contesta el aviador naval
-Ya la tiene… responde el general Toranzo.
El 29 de enero de 1930, a las 4:55 horas, los dos Fairey III.F con flotadores (AP-1) y (AP-2) corren por las aguas de Puerto Belgrano. El ronquido de los motor Panther se amplifica entre los hangares de la Base Naval perdiéndose con el graznido salvajes de las primeras gaviotas que despuntan la mañana.
El reducido grupo de avanzada está compuesto por ocho hombres. Van tres en cada hidroavión mientras que los otros dos conducen a destino en un pequeño camión cargando herramientas y combustible.
Los Fairey, comandados por el alférez De Sautu Riestra y el suboficial Arturo Feilberg, vuelan directo a San Carlos de Bariloche. Acuatizan en Puerto Pañuelo, Llao Llao, una isla hoy transformada por el hombre en una península. Entre los tripulantes de los hidroaviones se encuentra el fotógrafo Jaime Mut, cuya misión es fotografiar las posibles fuerzas chilenas al otro lado de la Cordillera.
En tierra los esperan el teniente de fragata Bachini y el mecánico ayudante Luis Pefaure, oriundo de Bariloche, que ha sido recomendado por De Sautu Riestra pues sabe que conoce de memoria la zona. El señor Otto Rothlisberger les ofrece alojamiento y a su disposición una lancha.
De inmediato, De Sautu Riestra y Feilberg comienzan los vuelos de exploración. Se elevan por encima de los picos más altos de la cordillera y recorren los pasos fronterizos. El fotógrafo Jaime Mut descubre y retrata, muy cerca de los límites argentinos, movimiento de tropas chilenas. Sus imágenes detallan la existencia de dos importantes agrupaciones que parecen esperar órdenes frente a los pasos del Arco y Tromen.
Las fotografías llegan a manos del presidente Irigoyen que dispone el traslado de tropas al sur. El conflicto parece inminente. Sin embargo, al enterarse que el gobierno alemán reveló sus planes y que la Argentina tenía imágenes de sus tropas movilizadas, Ibáñez detiene la invasión. Su temeraria acción fue desbaratada gracias al rápido accionar de la Aviación Naval.
De regreso a Base Naval Puerto Belgrano, De Sautu Riestra es informado de una nueva misión: debe viajar a Buenos Aires, el Presidente Irigoyen lo ha convocado. Unos días más tarde, en la antesala del Despacho Presidencial, el general Toranzo lo felicita.
Minutos más tarde, Irigoyen recibe al joven alférez de fragata. Le extiende la mano, lo mira fijamente y le dice; “Gracias, en nombre del país, gracias en nombre de la patria”
La brillante carrera de Alberto De Sautu Riestra se confunde con la turbulenta historia política de Argentina. Milita en el radicalismo revelando su faceta de orador en actos públicos, pero finalmente busca el exilio de Montevideo, Uruguay, donde contrae matrimonio con Sarah Murray. Regresa con su familia a Buenos Aires poco tiempo después.
La empresa Aeroposta Argentina S.A lo contrata como piloto de sus aviones postales Latecoere 28. Sus manos aferradas a los controles lo llevan de nuevo a la Patagonia, el paraíso que lo tuvo como custodio.
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